sábado, 8 de agosto de 2009

cuando Marconi inventó la radio



Guardé tus pequeños ojos oscuros, tu silencio, tus hermosas y grandes manos de dedos firmes, tu pierna encima que dejaba ver calcetines negros o blancos, el vaso con agua del cual bebías, tu gesto al llenarlo, las alfombritas arrugadas y descoloridas, un gato de madera, el aire acondicionado ruidoso, los libros que te devolví, un soldadito de plomo, nuestras conversaciones de perros, el libro al que le arranqué la primera página, tu grandilocuencia frente a otros, tus tontos zapatos de verano, tu indiscutible y entretenida inteligencia, mi bufanda rosa y rojo que llamabas de plumas, una guapísima imagen tuya aparecida en la revista Cosas, tu sweater de color incierto con una mancha, tus piernas de niño regordete, tu chaqueta de cuero negro, Él y Ella que nunca supe dónde los dejaste, un Moleskine que te encantó y otro del cual no dijiste palabra, tus pesados maletines negros de tira larga, la rapidez con que te movías de una pieza a otra, tu dedo apretando el número doble en el ascensor y mi sorpresa al verte, tu cada vez más escaso pelo, tu sweater con rombos de tan mal gusto, tu corta y descuidada barba bicolor, tu precioso timbre de voz, tu tic de aspirar aire en forma sonora, tu mirada al reloj que estaba a mi lado, el papelero con algún papel o bolsa de algo que comiste como almuerzo, la lámpara que prendías, el reflejo molesto del sol en los edificios frente a mí, las persianas que bajabas cuando yo salía, tu buen humor, los juegos de palabras, la playa por la que nunca caminamos abrazados, tu sonrisa al hablar de la pelotera, el bobo pin de Chaplin, tu rapidez en respuestas desconcertantes y divertidas, tu reloj cuadrado, el diván quebrado, tu sonrisa desordenada, un zorrito que yace olvidado en algún cajón de la biblioteca de esa pieza, mis botines que te encantaban, tu ceño fruncido, esa fuentecita con dulces en papeles de color, tu voz en la grabadora, dos o tres bellísimos y tímidos bersos que entibiaron tu corazón, tu conversación de Renoir y los vídeos que veías por partes, tu infantil vanidad, tu atractiva estatura y porte robusto, todo lo bonito y ensoñado que dijiste, también todo lo espantoso y cruel, el sandwich en el Tip y Tap que nunca compartimos, tu enorme empatía y calidez, un pequeño pájaro de palo santo, una cuestionable ética, tu conversación atractiva, los mil temas en común, la buena onda, tu enojo, el trago al que nunca te animaste a invitarme, Elizabeth Kübler-Ross y Musicofilia, tu terrible equivocación, tu credulidad en personas inescrupulosas y el no razonar, la felicidad del primer amor, el dolor eterno de no ser creíble, un pisapapeles con un pajarillo de cabeza roja, tu imponente y autoritaria presencia, el manejo absoluto de todo, la injusticia, la falta de respeto, la esfera con dos peces azules, el menú de Cartagena de Indias, los ex-libris, tus hermosísimos mails a Sao Paulo, las inexistentes salidas a pasear con los perros, guardé tu eterna incongruencia y mi eterna falta de decisión, tu proceder errático y tu intermitente indecisión, la esfera con un pecesito rojo, las no sé cuántas horas juntos, la alegría tuya al teléfono, la alegría mía al teléfono, las pesadillas que he tenido este tiempo, el sentirme indefensa frente a la intriga, la vereda de espuma por la que llegaba, la vereda de esponja por la cual volvía, tu preciosa mirada, el no saber qué hacer y el ya no querer hacer algo, las lágrimas en el taxi de regreso, el llanto al despertar algunas muchas mañanas, la certeza de lo que no viste, la tristeza eterna de lo que no se cerró ni se cerrará, guardé la conversación que nunca tuvimos y ya no tendremos, la musiquilla de La Vie en Rose, lo que quedó para siempre en el aire, todo mi enorme cariño y tu voz diciendo de tu puerta eternamente abierta, eternamente abierta, eternamente abierta para mí, una musaraña
El resto lo boté

No hay comentarios: