domingo, 16 de agosto de 2009

al varón Munchhausen


Boté el elástico de tu moño, un disco que me regalaste y el papel con un curioso y bonito plegado ad hoc, la música de un cantante turco de nombre irrepetible, mi alegría por el chocolate Sahne-Nuss que me regalaste y que dejé ese martes sobre mi almohada, boté a Miralles y el té Lapsang Souchong, tus hojas de papel escritas con poemas y las pequeñas flores que dibujé en algunos de ellos, la palabra ancestral, tu vida llena de límites y ya estructurada definitivamente, mi miedo la noche que te quedaste a fumar un cigarrillo y el cigarrillo que me convidaste y fumé de asustada y me sentí pésimo y no te lo dije, la culpa que llevas por años y que no me parece tema del cual opinar, el pisco sour que nunca tomé en tu casa junto a todos, tus proyectos y planes a futuro de los que me contaste la única vez que conversamos a solas, todos los encuentros con un grupo que sientes tus amigos y que cada vez fueron más y más desconocidos para mí, el incendio y el pollo con cebollín, tu mochila en el suelo, el pan con aceitunas y mantequilla que te parecía perfecto, tu "demasiada azúcar por hoy", la comida italiana en el Golfo di Napoli, que escribieras it's a pitty y que extrañabas a NN y yo lo entendiera de manera equivocada, tu tuteo hacia Raul y las llamadas que él nunca te contestó, la familia Calderón completa, nuestra única caminata por Pedro de Valdivia cuando me acompañaste a casa y me hablaste de Rodrigo, la cajita de té que no me atreví a entregarte y el trozo de pie de limón que había cocinado y tampoco me atreví a convidarte, la fiebre porcina que no tuviste, tu cero onda por una espantosa y obstinada automutilación, mis dos cuentas en Facebook, tus muchos límites todos tan cerca tuyo, tu guapa apariencia con pelo corto, tanto lugar común, las llamadas que me hacías siempre desde afuera de tu casa, tu saludo de cumpleaños temprano esa mañana de fines de julio, el regalo que no me hiciste, todas las posibilidades de encuentro que sugerías podíamos tener y que yo ignoraba en mis respuestas, tu gesto al repetir una frase de un texto mío, tus innumerables obligaciones autoimpuestas y tu afán de ser recordado como un súperheroe, la bolsita de maní que compraste y comiste mientras regresabas un día a tu casa, el delicioso aroma que tenías cuando abrí la puerta y entraste, la gelatina que comiste un día que estabas enfermo, tu voz tan contenta en mi grabadora contándome de las frutas y verduras que había en una feria, tu figura parada esperando en la mañana que te recoja un colega en auto, tu desconcierto cada vez que te hice mirar el cielo, tu diaria compra de pan para tu familia, también boté tu voz bien timbrada, el asombro que me produjo convencerme de tu vida tan típica y ver que te deslizas por ella entregado en forma irracional y carente de tonicidad, boté a quien busca y elije por compañía a alguien práctico, tu pelo mojado el día que llegaste tarde a una reunión en mi casa, la reunión de despedida a la que no quise ir, la invitación a tomar té en mi casa y que desarmé horas antes por miedo, todas las respuestas a tus cartas, las que escribí, borré y nunca te envié, mi certeza que nada mío entenderías, el dim sum que me regalaste una noche en el Jazmín de Jade en Bellavista, boté a quien no se anima a nada y hace todo a escondidas, a quien es igual a cualquier hombre de su edad, la llamada que no hiciste y que yo no debía hacer, la tradición por la tradición, la cita que ninguno planeó, la tristeza enorme al recibir tus cartas sin poder contestarlas, todo lo que pudimos conversar, vivir y disfrutar, y el infinito en todo eso...
Me quedé con la imagen de tu hermoso y querido brazo en una foto, todo lo que nunca pude decirte y el triste recuerdo de haber conocido a un hombre que no sabía ni quería volar

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